La vida física es uno de los muchos puntos de partida. Tu educación formal tuvo un punto de partida. Tu carrera profesional tuvo un punto de partida. Tu vida sentimental tuvo un punto de partida. Tu experiencia como padre tuvo un punto de partida. La fe también tiene un punto de partida.

Es posible que durante tu infancia hayas recibido un marco de fe a través del cual empezaste a ver el mundo. Para muchos de nosotros, ese marco de la infancia no sobrevivió a los rigores de la edad adulta.

Las tres mayores tradiciones religiosas -judaísmo, islamismo y cristianismo- reivindican el mismo punto de partida: un hombre llamado Abraham. Dios hizo una serie de promesas y las respuestas de Abraham a esas promesas tuvieron grandes implicaciones.

Las normas suelen ser el eje central de la vida religiosa. ¿Y si la relación con Dios no dependiera de nuestra obediencia a una serie de normas?

La culpa es poderosa. La vergüenza puede ser paralizante. Todos tenemos cosas en nuestro pasado que nos atormentan. Sabemos que podemos hacerlo mejor de ahora en adelante, pero ¿cómo se supone que vamos a arreglar el pasado?

A menudo nos instalamos en una postura de regateo con Dios. "Dios, si quieres... te prometo que...". Todos lo hacemos. Pero, ¿es realmente así como Dios quiere que nos relacionemos con él?

Buscamos constantemente pruebas que respalden lo que creemos. Pero, ¿cómo sabemos que el cristianismo no es un concepto inventado con un éxito masivo?

Jesús predijo que iniciaría un movimiento -la Iglesia- que se extendería por toda la tierra y duraría más que el Imperio Romano. Cambiaría el mundo. Aquí estamos, dos mil años más tarde, y la iglesia de Jesús sigue siendo fuerte.